Aún me quedaban tres días completos en la ciudad de Nueva York, pues viajaría de vuelta a casa el sábado, por lo que aprovecharía muy bien ese tiempo para explorar lugares nuevos para mí.
El miércoles, me dirigí a Chinatown, en busca de un artículo de manufactura china que me había encargado mi hermana. Hasta ese momento, sólo había pasado por allí en autobús, Allí me encontraría con una amiga que trabajaba cerca, ella me guiaría en ese mundo laberíntico que, en aquella primera exploración, me preocupaba recorrer sola.
Lo primero que hicimos fue ir a almorzar, algo temprano pues ella debía volver al trabajo dos horas después. Nos metimos a un sitio que, como muchos en el área, trabajan sólo con efectivo, pero con los precios tan bajos de la comida, no era necesario usar tarjeta. El estilo de servir la comida era distinto al que estoy acostumbrada. Sirven dos tipos de carne con arroz o tallarines y vegetales al vapor, todo servido en un típico bol chino, de los que acá usamos para sopa. La comida estuvo deliciosa, sustanciosa y económica, qué mejor combinación que esa. Nos gustó tanto que, en viajes futuros, volvería con ella y también por mi propia cuenta, a comer en este lugar, en cada oportunidad en que pudiera seguir explorando el barrio chino.
Luego de almorzar, recorrimos una parte del barrio en busca del encargo, que no tardamos en conseguir y de allí nos dirigimos a SoHo, donde mi amiga trabajaba. Allí sí había estado en junio, en un tour de compras. Es un barrio de vieja data, con una historia fascinante, lleno de tiendas de lujo y cafés hip. Me despedí de mi amiga y me fui a la estación de subway, pero como este es un barrio intrincado, terminé entrando a otra, aunque igual llegaría a mi destino, que era lo importante.
Me dirigí a la calle 32 a inspeccionar un par de hoteles, ambos pertenecientes al mismo grupo del que me estaba hospedando. Al área la llaman Koreatown y está llena de negocios, especialmente restaurantes, coreanos. Al principio me asustó un poco el área, pues había muchísima gente caminando en ambas direcciones, pero los hoteles eran muy cómodos y seguros.
El área me pareció una mejor alternativa que la calle 46, pues es más céntrica, a unos pasos de una de las principales áreas comerciales con todas las grandes cadenas de tiendas de Herald Square y la calle 34, muchos restaurantes y, sobre todo, con menos cierres que impidieran la entrada de vehículos por ferias y desfiles durante el verano, excepto los desfiles que pasaban por la Quinta Avenida, pero como era una cuadra corta, por estar atravesada por Broadway, no era tanto lo que habría que caminar para abordar un vehículo. Además, era un área de alto tráfico hasta altas horas de la noche, por la afluencia de gente a los restaurantes, lo que la hacía muy segura y conveniente si llegaba uno tarde y con hambre después de un largo día de caminar, cosa que no tenía la 46 que es un área de negocios, por lo que de noche no era muy transitada y los restaurantes cerraban algo temprano.
Edificio Empire State visto desde la azotea de uno de los hoteles inspeccionados y desde la calle 34 con la Séptima avenida.
Por supuesto, luego de visitar los hoteles, aproveché que estaba en el área para hacer algunas compras en mis tiendas favoritas. Al finalizar, volví a mi hotel a dejar las compras y tomar la cámara para irme a dar un paseo en ferry. Caminé desde el hotel hasta el puerto…un largo camino desde la Sexta hasta la Duodécima avenida, pasando por Restaurant Row y luego por varios de los muelles, incluyendo el de la línea de Circle Line, pues el mío estaba a la altura de la calle 38 y yo caminé desde la 46…pero un paseo interesante y con bellos paisajes a lo largo del río Hudson.
Intrepid Sea, Air & Space Museum y muelles a lo largo de la Duodécima avenida.
Tomé un crucero de 90 minutos que salía a las 6:00 de la tarde y hacía la travesía hacia el Bajo Manhattan, pasando por la Estatua de la Libertad y debajo del puente de Brooklyn para luego girar y volver al puerto, con una hermosa puesta de sol en el camino de retorno. Un magnífico paseo para cerrar con broche dorado, literalmente como verán en la foto, otro gran día en la gran ciudad.
Las vistas desde el ferry en el que tomé el crucero.
El jueves amaneció lluvioso y con temperaturas algo bajas. Me costó un poco salir de la cama por el cansancio de las largas caminatas del día anterior combinado con un poco de frío. Bajé tarde y ya había concluido el desayuno, así que me dirigí a un café que había visto en la Quinta, unas cuadras más abajo. Buena decisión, es el mejor café que me he tomado en la ciudad…Starbucks debería pedirles la receta!
Ya con renovadas energías, tenía que decidir cómo pasar este día lluvioso, pero no tenía ganas de ir a museos, por lo que me decanté por hacer algunas compras en unas tiendas que me habían recomendado y desconocía. Esperé un buen rato por el autobús, no estaban a tiempo ni estaban haciendo la ruta completa, así que me bajé en la calle 23 y caminé las cinco cuadras que me separaban de mi destino en la popular y muy comercial avenida Sexta. Las tiendas estaban todas en un mismo edificio, una especie de pequeño mall, así que no tenía que ir de una a otra en la llovizna y logré algunas buenas compras, a pesar de que ya casi toda la oferta era de ropa de otoño/invierno. Eventualmente, dejó de llover antes de que regresara al hotel, pero mis pies necesitaban un descanso, por lo que me retiré, relativamente, temprano.
El viernes, aún sentía algo del cansancio físico de quien no acostumbra caminar tanto y volví a levantarme tarde para alcanzar el desayuno. De todos modos, mi cuerpo pedía proteínas por lo que me fui a un deli a comer unos buenos huevos a la Benedict, lástima que el Olympic Deli había cerrado sus puertas, lo extrañé, pero este nuevo lugar llenaba el cometido.
Tomé el metro hacia el norte para ir a mi primera visita al Museo de Historia Natural, con toda la intención de ir al planetario. Qué decepcionante fue recibir la noticia de que este último se encontraba cerrado temporalmente por remodelaciones. Me tuve que conformar con sólo las exhibiciones regulares del Museo. Pero no piensen que es poca cosa, es uno de los mejores museos en su género en el mundo. Recorrí varias salas, incluidas las de mamíferos de Norteamérica y Africa, la los animales prehistóricos, parte de la de los indígenas norteamericanos y, mi favorita que fue la del origen del hombre, donde explica lo que se ha descubierto de la evolución humana. La tienda del museo me encantó, especialmente la planta superior (la inferior era la de niños). Había toda clase de artículos, adornos, joyas, libros, camisetas, juegos de ajedrez y damas…bellezas!!
Cuando salí del museo, tomé el autobús que atraviesa la ciudad de oeste a este por la calle 86 para llegar a la Quinta avenida, pensando que aún tenía un par de horas libres, pues al final de la tarde debía encontrar con mis amigas para ir a cenar. Entré un rato al Parque Central, haciendo tiempo antes de tomar el metro. Al terminar la cena, por un comentario que hice, me corrigieron la hora y resulta que, al parecer me puse un reloj al que no le había cambiado la hora y había andado una hora tarde durante todo el día. Había llegado tarde a nuestro encuentro y ni siquiera me había percatado, qué pena!
El día de mi regreso a casa, debía estar lista a mediodía para dejar el hotel. Ya tenía arreglado mi traslado al aeropuerto, pero al salir del hotel me encontré con que la calle estaba cerrada…otra vez! Había un desfile por la Quinta y tenía que recorrer toda la calle hasta la Sexta para abordar el vehículo, que ya había llegado, pero no podía entrar. Esa fue la gota que derramó el vaso, definitivamente, no podía volver a alojarme en ese hotel, por mucho que me gustara, por ese tipo de complicaciones.
Finalmente, llegué al aeropuerto con tiempo de sobra, pues nos tomó menos de una hora llegar a Nueva Jersey. Ya estaba registrándome cuando mi mamá y mi hermana llegaron. Luego de deshacernos del equipaje, nos fuimos a almorzar. ¡Qué buena que estuvo la comida! Definitivamente, Newark ha mejorado muchísimo su oferta al viajero.
Hermosa puesta de sol vista desde la ventanilla del avión. ¡Mejor, imposible!
Unas cuantas horas después, ya estaba en casa, rememorando y alegrándome de haber aprovechado la oportunidad de hacer este viaje, por mi cuenta. Fue una experiencia increíble que me encantó y he vuelto a repetir en varias ocasiones, ya sea viajando sola o quedándome unos días adicionales por cuenta propia, cuando he viajado con otras personas. Esas aventuras se las relataré más adelante.
¡Hasta la próxima!