Después de varios meses de preparativos, en junio de 2015 fuimos a Puerto Rico. Eramos un grupo de cinco e íbamos a visitar a un amigo que lleva muchos años residiendo en la isla. Nos graduamos juntos de la secundaria y, un par de años antes, nos habíamos reencontrado y renovado la amistad.
El vuelo de Panamá a San Juan es corto, dos horas y media, así que llegamos a la Isla del Encanto con mucha energía y tiempo en el día para hacer cosas…como ir de compras, jajaja. Puerto Rico es hermoso, parecido a Panamá y, al mismo tiempo, distinto. Su gente es cálida y amable. El clima tropical, pero menos caluroso y lluvioso que aquí.
Nuestra estancia era de cinco días que incluían fin de semana. Alquilamos un auto y nos resultó algo complicado orientarnos en el área metropolitana, por lo que nos perdíamos constantemente, aunque nunca tuvimos problemas para que alguien nos ayudara a encontrar nuestro camino. La verdad es que esas perdidas son un mar de anécdotas que rememoramos cuando nos reunimos y no podemos parar de reír al contarlas.
Nos alojamos en un hotel independiente en el barrio de Condado, muy bien ubicado en la avenida principal, al pie de la playa por un lado y con una magnífica vista de la hermosa Laguna de San Juan por el otro y un bello parque al costado. Aunque era un bonito edificio, estaba muy descuidado, pero en un siguiente viaje, descubrí que estaba cerrado por remodelaciones, lo que me pareció fantástico pues tiene la mejor ubicación del área, en mi concepto.
Condado es un área residencial, comercial y turística que alberga una buena cantidad de hoteles, algunos de los cuales están a pie de playa. Los hay de varias categorías, desde turista superior hasta de lujo. Es un sitio donde se da muy bien caminar y pasear, es seguro y hay restaurantes, parques, boutiques cafeterías, tiendas de recuerdos, de artículos en general y, también tiendas de lujo, farmacias y servicios en general.
Isla Verde, contigua a Condado, es sitio obligado para ir a bailar salsa los viernes en la noche, con diversas orquestas. Por supuesto que nos fuimos de rumba ese viernes y tuvimos la suerte de que se presentaba Pedro Brull, uno de mis cantantes favoritos. Fue muy divertido y marcó el inicio de un fin de semana fantástico.
Al día siguiente nos levantamos temprano para ir al Viejo San Juan, relato al que dedicaré un artículo aparte. Sobre mediodía, nos trasladamos a Caguas, pueblo a media hora de San Juan, hacia la parte central de la isla, para pasar el resto del fin de semana en casa de nuestro amigo y su esposa. Nos habían organizado una fiesta con familiares y amistades que llegaron desde San Juan y Ponce para conocernos. A medianoche tuvimos una gran sorpresa, un grupo musical apareció tocando y cantando un número plural de canciones típicas puertorriqueñas (del género plena) que todos conocíamos, pues son muy populares en Panamá, especialmente para la época navideña. ¡Fue increíble, divertido y un detalle tan especial de nuestros anfitriones brindarnos ese pedacito de tradición boricua! Cantamos y bailamos todas las piezas y la pasamos de maravilla.
El domingo nos levantamos a media mañana, desayunamos algo ligero y nos dirigimos al corazón de la tradición culinaria puertorriqueña: Cayey. Paramos en una de las varias «lecheras» a degustar la comida típica de la isla, lechón a la varita, arroz con gandules y pasteles, los principales platos. La comida estaba deliciosa y en el lugar había un conjunto de música jíbara muy bueno. Varias parejas bailaban, conformadas sobre todo por adultos mayores. El ambiente era familiar y festivo, nos gustó muchísimo, pero había que seguir el paseo.
Luego de almorzar, nos encaminamos a la ciudad de Ponce, también conocida como la Perla del Sur, de donde es oriunda la esposa de nuestro amigo, quien a estas alturas ya se había convertido en una gran amiga de todos. Pero antes de llegar a Ponce, hicimos una parada técnica en Guayama a comer sorullos…en Puerto Rico se acostumbra parar de lugar en lugar a comer, mientras se va de paseo, se le llama «chinchorrear», imagino que el nombre viene de los puestos de venta o chinchorros, lo que en Panamá se llama fondas.
La primera parada en Ponce fue el Museo de Arte, donde tomamos un tour guiado que resultó muy ilustrativo e interesante. El museo tiene muchas piezas de distintos períodos, por lo que las explicaciones de la guía fueron de mucha ayuda para comprender el contexto y significado de las obras. Al salir del Museo de Arte, nos dirigimos al Castillo de Serrallés, que es una casa-museo y perteneció a la familia propietaria de los rones Don Q. En el mismo se cuenta la historia de la familia, de la industria del azúcar y el ron y su incidencia en la vida y la historia de la isla. Al salir, dimos una vuelta por el centro colonial de la ciudad, muy hermosa y señorial y después nos dirigimos a La Guancha, un paseo costero a orillas del precioso Caribe, donde comimos algo antes de emprender el regreso a San Juan.
El lunes, nuestro último día completo en la ciudad, nos fuimos al mall Plaza de las Américas a pasear, comer y hacer algunas compras de rigor. Allí nos encontramos con una exhibición de autos Volks Wagen clásicos, nunca había visto algo así en un mall. En viajes posteriores descubrí que en este centro, siempre hay alguna exhibición de vehículos, de distintos tipos o marcas. Esa noche nos fuimos temprano a descansar, pues al día siguiente partiríamos a la ciudad de Nueva York para otro encuentro similar, del que les contaré próximamente.