La industria turística en tiempo de pandemia.

Photo by Safwan Mahmud on Unsplash

La primera actividad que se suspendió, al conocerse la existencia del riesgo de una exportación de la epidemia surgida en Wuhan, fue el transporte aéreo de pasajeros.  Primero se cancelaron los vuelos provenientes de China, luego los provenientes de Europa, paso seguido todos los vuelos internacionales y, por último, al instituirse los cercos sanitarios en regiones y ciudades, los vuelos domésticos.  También sufre la industria de los cruceros, al cerrárseles los puertos de desembarque y dejarlos prácticamente, a la deriva, con o sin enfermos a bordo.

La suspensión de vuelos y viajes en general afecta tanto a los colaboradores directos de estas empresas como a los aeropuertos/puertos, empresas de combustible, proveedores de alimentos, transporte selectivo, proveedores de diversos servicios, tanto a bordo como a instalaciones, empresas eléctricas y de comunicaciones y la lista sigue.

Como consecuencia directa de la cancelación de viajes, se ha producido un efecto dominó que ha arrastrado a la industria turística y del entretenimiento: hoteles grandes y pequeños, hostales, pensiones, AirBnB y sus similares.  También han cerrado  los  centros de entretenimiento, convenciones  y los eventos deportivos.  Se ha suspendido la actividad de transportes turísticos, compañías de tour de todos los tamaños y guías independientes. Incluyan aquí la imposibilidad de los micro empresarios de todos los mercados artesanales, turismo rural y natural, que dependen de los visitantes.

Aunque no propiamente de carácter turístico, pero sí parte de la industria de la hospitalidad, debemos incluir en esta cadena a los restaurantes, bares, cafeterías y todos los tamaños de ventas de comida, desde kioscos, foodtrucks y carretillas hasta fondas.  Con el cierre de estos negocios se afectan no sólo cocineros, meseros y administradores,  sino los productores y transportistas de alimentos, los mercados, carnicerías y fruterías, los pescadores, las empresas de limpieza especializada, fumigadoras, servicios de mantenimientos de equipos de todo tipo, electricistas, plomeros y, hasta porteros y valet parking.

La industria de viajes, turismo y hospitalidad tiene una oferta enorme de puestos de trabajo directos y, yo diría que el triple de esa cantidad, en puestos de trabajo indirectos.  Estamos hablando de cientos de miles de personas, a nivel de país, millones de ellos en los países de mayor tamaño.  Un alto porcentaje de estas ganan salario mínimo y viven casi que día a día.  En algunos países es aún peor, pues gran cantidad de ellos dependen de las propinas.  Todas esas personas se encuentran ahora sin trabajo, sin un fondo de ahorro de emergencia ni medio alguno de procurarse lo necesario para que ellos y sus familias puedan sobrevivir esta catástrofe, eso sin incluir la probabilidad de que muchos hayan enfermado.

Estos son los daños directos que esta pandemia ha causado a la economía de incontables hogares, sitios, pueblos, ciudades y, hasta, países.  Es algo en lo que no se piensa mucho cuando uno viaja, cuánta gente depende de nuestro placer de viajar, para llevar el sustento a su casa.  Por eso, no canceles tu viaje, aplázalo para cuando la situación se normalice y colabora en reconstruir esta industria que tanta felicidad nos ha brindado, mientras provee un ingreso sostenido a la gran cantidad de gente que está detrás de nuestro viaje.

¡Hasta la próxima!

Mi primer viaje sola – II parte

Aún me quedaban tres días completos en la ciudad de Nueva York, pues viajaría de vuelta a casa el sábado, por lo que aprovecharía muy bien ese tiempo para explorar lugares nuevos para mí.

El miércoles, me dirigí a Chinatown, en busca de un artículo de manufactura china que me había encargado mi hermana.  Hasta ese momento,  sólo había pasado por allí en autobús,  Allí me encontraría con una amiga que trabajaba cerca, ella me guiaría en ese mundo laberíntico que, en aquella primera exploración, me preocupaba recorrer sola.

Lo primero que hicimos fue ir a almorzar, algo temprano pues ella debía volver al trabajo dos horas después.  Nos metimos a un sitio que, como muchos en el área, trabajan sólo con efectivo, pero con los precios tan bajos de la comida, no era necesario usar tarjeta.  El estilo de servir la comida era distinto al que estoy acostumbrada.  Sirven dos tipos de carne con arroz o tallarines y vegetales al vapor, todo servido en un típico bol chino, de los que acá usamos para sopa.  La comida estuvo deliciosa, sustanciosa y económica, qué mejor combinación que esa.  Nos gustó tanto que, en viajes futuros, volvería con ella y también por mi propia cuenta, a comer en este lugar, en cada oportunidad en que pudiera seguir explorando el barrio chino.

Luego de almorzar, recorrimos una parte del barrio en busca del encargo, que no tardamos en conseguir y de allí nos dirigimos a SoHo, donde mi amiga trabajaba.  Allí sí había estado en junio, en un tour de compras.  Es un barrio de vieja data, con una historia fascinante, lleno de tiendas de lujo y cafés hip.  Me despedí de mi amiga y me fui a la estación de subway, pero como este es un barrio intrincado, terminé entrando a otra, aunque igual llegaría a mi destino, que era lo importante.

Me dirigí a la calle 32 a inspeccionar un par de hoteles, ambos pertenecientes al mismo grupo del que me estaba hospedando.  Al área la llaman Koreatown y está llena de negocios, especialmente restaurantes, coreanos.  Al principio me asustó un poco el área, pues había muchísima gente caminando en ambas direcciones, pero los hoteles eran muy cómodos y seguros.

El área me pareció una mejor alternativa que la calle 46, pues es más céntrica, a unos pasos de una de las principales áreas comerciales con todas las grandes cadenas de tiendas de Herald Square y la calle 34, muchos restaurantes y, sobre todo, con menos cierres que impidieran la entrada de vehículos por ferias y desfiles durante el verano, excepto los desfiles que pasaban por la Quinta Avenida, pero como era una cuadra corta, por estar atravesada por Broadway, no era tanto lo que habría que caminar para abordar un vehículo.  Además, era un área de alto tráfico hasta altas horas de la noche, por la afluencia de gente a los restaurantes, lo que la hacía muy segura y conveniente si llegaba uno tarde y con hambre después de un largo día de caminar, cosa que no tenía la 46 que es un área de negocios, por lo que de noche no era muy transitada y los restaurantes cerraban algo temprano.

Edificio Empire State visto desde la azotea de uno de los hoteles inspeccionados y desde la calle 34 con la Séptima avenida.

Por supuesto, luego de visitar los hoteles, aproveché que estaba en el área para hacer algunas compras en mis tiendas favoritas.  Al finalizar, volví a mi hotel a dejar las compras y tomar la cámara para irme a dar un paseo en ferry.  Caminé desde el hotel hasta el puerto…un largo camino desde la Sexta hasta la Duodécima avenida, pasando por Restaurant Row y luego por varios de los muelles, incluyendo el de la línea de Circle Line, pues el mío estaba a la altura de la calle 38 y yo caminé desde la 46…pero un paseo interesante y con bellos paisajes a lo largo del río Hudson.

Intrepid Sea, Air & Space Museum y muelles a lo largo de la Duodécima avenida. 

Tomé un crucero de 90 minutos que salía a las 6:00 de la tarde y hacía la travesía hacia el Bajo Manhattan, pasando por la Estatua de la Libertad y debajo del puente de Brooklyn para luego girar y volver al puerto, con una hermosa puesta de sol en el camino de retorno.  Un magnífico paseo para cerrar con broche dorado, literalmente como verán en la foto, otro gran día en la gran ciudad.

Las vistas desde el ferry en el que tomé el crucero.

El jueves amaneció lluvioso y con temperaturas algo bajas.  Me costó un poco salir de la cama por el cansancio de las largas caminatas del día anterior combinado con un poco de frío.  Bajé tarde y ya había concluido el desayuno, así que me dirigí a un café que había visto en la Quinta, unas cuadras más abajo.  Buena decisión, es el mejor café que me he tomado en la ciudad…Starbucks debería pedirles la receta!

Ya con renovadas energías, tenía que decidir cómo pasar este día lluvioso, pero no tenía ganas de ir a museos, por lo que me decanté por hacer algunas compras en unas tiendas que me habían recomendado y desconocía.  Esperé un buen rato por el autobús, no estaban a tiempo ni estaban haciendo la ruta completa, así que me bajé en la calle 23 y caminé las cinco cuadras que me separaban de mi destino en la popular y muy comercial avenida Sexta.  Las tiendas estaban todas en un mismo edificio, una especie de pequeño mall, así que no tenía que ir de una a otra en la llovizna y logré algunas buenas compras, a pesar de que ya casi toda la oferta era de ropa de otoño/invierno.  Eventualmente, dejó de llover antes de que regresara al hotel, pero mis pies necesitaban un descanso, por lo que me retiré, relativamente, temprano.

El viernes, aún sentía algo del cansancio físico de quien no acostumbra caminar tanto y volví a levantarme tarde para alcanzar el desayuno.  De todos modos, mi cuerpo pedía proteínas por lo que me fui a un deli a comer unos buenos huevos a la Benedict, lástima que el Olympic Deli había cerrado sus puertas, lo extrañé, pero este nuevo lugar llenaba el cometido.

Tomé el metro hacia el norte para ir a mi primera visita al Museo de Historia Natural, con toda la intención de ir al planetario.  Qué decepcionante fue recibir la noticia de que este último se encontraba cerrado temporalmente por remodelaciones.  Me tuve que conformar con sólo las exhibiciones regulares del Museo.  Pero no piensen que es poca cosa, es uno de los mejores museos en su género en el mundo.  Recorrí varias salas, incluidas las de mamíferos de Norteamérica y Africa, la los animales prehistóricos, parte de la de los indígenas norteamericanos y, mi favorita que fue la del origen del hombre, donde explica lo que se ha descubierto de la evolución humana.  La tienda del museo me encantó, especialmente la planta superior (la inferior era la de niños).  Había toda clase de artículos, adornos, joyas, libros, camisetas, juegos de ajedrez y damas…bellezas!!

Cuando salí del museo, tomé el autobús que atraviesa la ciudad de oeste a este por la calle 86 para llegar a la Quinta avenida, pensando que aún tenía un par de horas libres, pues al final de la tarde debía encontrar con mis amigas para ir a cenar.  Entré un rato al Parque Central, haciendo tiempo antes de tomar el metro.  Al terminar la cena, por un comentario que hice, me corrigieron la hora y resulta que, al parecer me puse un reloj al que no le había cambiado la hora y había andado una hora tarde durante todo el día.  Había llegado tarde a nuestro encuentro y ni siquiera me había percatado, qué pena!

El día de mi regreso a casa, debía estar lista a mediodía para dejar el hotel.  Ya tenía arreglado mi traslado al aeropuerto, pero al salir del hotel me encontré con que la calle estaba cerrada…otra vez!  Había un desfile por la Quinta y tenía que recorrer toda la calle hasta la Sexta para abordar el vehículo, que ya había llegado, pero no podía entrar.  Esa fue la gota que derramó el vaso, definitivamente, no podía volver a alojarme en ese hotel, por mucho que me gustara, por ese tipo de complicaciones.

Finalmente, llegué al aeropuerto con tiempo de sobra, pues nos tomó menos de una hora llegar a Nueva Jersey.  Ya estaba registrándome cuando mi mamá y mi hermana llegaron.  Luego de deshacernos del equipaje, nos fuimos a almorzar.  ¡Qué buena que estuvo la comida!  Definitivamente, Newark ha mejorado muchísimo su oferta al viajero.

fullsizeoutput_33eHermosa puesta de sol vista desde la ventanilla del avión. ¡Mejor, imposible!

Unas cuantas horas después, ya estaba en casa, rememorando y alegrándome de haber aprovechado la oportunidad de hacer este viaje, por mi cuenta.  Fue una experiencia increíble que me encantó y he vuelto  a repetir en varias ocasiones, ya sea viajando sola o quedándome unos días adicionales por cuenta propia, cuando he viajado con otras personas.  Esas aventuras se las relataré más adelante.

¡Hasta la próxima!

Mi primer viaje sola – I parte

Había transcurrido un mes desde de que volví de NYC, cuando mi mamá y mi hermana me dicen que piensan ir de viaje a las montañas de Pennsylvania y para llegar, deben viajar a Nueva York y de allí conducir a su destino.  No me interesaba ir a un resort de montaña, pero pensé que no era mala idea irme con ellas a Nueva York, quedarme en la ciudad por mi cuenta y encontrarme con ellas el día del retorno para volar juntas de vuelta a casa…y así es como, sin planearlo, hice mi segundo viaje de ese año a Nueva York, que resultó ser mi primer viaje sola.

Era domingo de inicios de septiembre y coincidió con el fin de semana de Labor Day, además de la celebración de la independencia de Brasil, por lo que al tratar de llegar al hotel, nos encontramos con que la calle está cerrada desde la Quinta Ave. hasta Broadway.   Tuve que bajarme del auto en Broadway y caminar dos cuadras largas, cargando equipaje, mientras esquivaba puestos de comida y miles de brasileños que bailaban, comían y bebían en la calle 46, mejor conocida como Little Brazil, la calle de mi hotel.

Luego de instalarme, bajé a comer algo y ver un poco de la fiesta, pero la verdad, era demasiado para mí, así que seguí por la Sexta Ave. y recorrí la feria que hacen cada domingo de verano, haciendo tiempo para la hora de ir a encontrarme con mis amigas en uno de los descansos peatonales de Broadway.  De allí, nos fuimos a cenar comida china a Hells Kitchen y volvimos a Broadway para juntarnos con mi primo que nos encontraría al salir del trabajo.   Como siempre, la pasé muy bien, recordando buenos tiempos y escuchando las  anécdotas de cada cual.   Casi a medianoche, nos separamos y cada uno tomó su camino a casa.

Al día siguiente, fui a comprar una tarjeta local para mi móvil y luego tomé el subway para dirigirme a Rego Park en Queens, donde me encontraría con una de mis amigas para ir de compras.  No conocía el lugar, pero me gustó mucho, es muy cómodo y con todas las tiendas de descuento en un sólo mall!  Y por si fuera poco, dos malls adicionales a corta distancia.   Si bien, todas esas tiendas están en Manhattan, no quedan en el mismo sector ni están tan bien organizadas como allí, tal vez porque disponen de menos espacio. Me tomó media hora en subway, pero ese día era festivo, habría que ver en días regulares como es el movimiento.   Sin embargo, no deja de ser una buen opción cuando uno no encuentra lo que busca en las tiendas del centro o para explorar otras posibilidades.

High Bridge Park, Water Tower, Río Harlem.

El martes, me encontré con mi primo para ir al High Bridge, un puente peatonal que conecta el Bronx a Manhattan y que, luego de una restauración, habían reabierto tres meses antes.   Fuimos al Bronx en subway y luego nos dirigimos, a pie, al High Bridge Park para llegar al puente.    El puente en sí  es fácil de pasar, subir de la estación del Subway al pie del puente fue la parte difícil por las lomas. Del otro lado, 95 peldaños de escalera para llegar a la torre y luego bajar para salir a Washington Heights.   Ni un día entero de gimnasio supera tanto ejercicio…y al sol!!

Tryon Fort Park y alrededores de The Cloisters.

En Washington Heights tomamos un taxi hasta Tryon Fort Park desde donde se divisa la costa del vecino estado de Nueva Jersey.  Dentro de este parque se encuentra The  Cloisters (Los Claustros), rama del Museo Metropolitano dedicada al arte, arquitectura y jardines de la Europa Medieval.  La mayor parte del contenido del museo es arte religioso, lo mismo que el corazón de la edificación que son claustros de un monasterio francés de la época, si mal no recuerdo.  El salón de los gobelinos fue mi favorito, especialmente los dedicados a los unicornios.  Es un edificio con los espacios perfectos para las bellísimas obras que se exhiben, y los jardines son de una belleza muy serena y relajante.  Al finalizar el recorrido, tomamos un autobús con la idea de bajarnos cerca de una estación de subway, pero cambié de opinión y decidí hacer todo el camino en el autobús, pues me permitía “conocer de vista” áreas de la ciudad que es posible que no visite nunca.  Mi primo se bajó cerca de su casa, pues tenía que ir a trabajar, yo seguí en el bus hasta llegar a la esquina de mi hotel con la Quinta Avenida.

Algunas esculturas, trípticos, gobelinos y vitrales de la enorme exhibición de The Cloisters.

En mis primeros tres días en la ciudad había abarcado mucho más de lo que creí posible, pero aún faltaban otros descubrimientos por hacer, de los cuales les contaré después.

¡Hasta la próxima!

Béisbol e interminables caminatas en Nueva York.

El sábado era día libre y había quedado con mi primo de vernos, así que pedí a los demás un ticket del tour bus para ir con él, lo cual resultó productivo, pues me di cuenta que, en lugar de tres, nos dieron cuatro días!  Nos fuimos a Uptown y al llegar Malcolm Shabazz Harlem Market – 116th St. & Malcolm X Blvd, nos bajamos y caminamos 6 cuadras para entrar al Central Park North y ver el lago Harleem Meer y sus bellos jardines, done una pareja celebraba, en esos momentos, su boda.  De allí regresamos para ir a El Barrio, East Harlem, en busca de una tienda de discos para conseguir uno que me había encargado un amigo.  Cuando pasamos por una de las avenidas, no recuerdo cuál, había un desfile, de sello muy latino.  Luego de una larga caminata para cumplir con esa tarea, ya era hora de irnos para el estadio de los Yankees, pues teníamos boletos para el partido, así que nos encaminamos a la estación de la 125 y Lexington.  Después de un rato de estar allí, anunciaron que el tren esperábamos y que nos llevaría directo al Yankee Stadium, no llegaría y debíamos transferirnos de estación con un boleto.  Para entonces, ya habíamos caminado cerca de 5 kms.  Por suerte andábamos con mi primo y él sabía qué hacer, con el transfer ticket tomamos un bus que nos llevó a la estación  W 125th  en Douglas Blvd. y allí tomamos el D y llegamos a tiempo para ir a la taquilla a retirar los boletos que ya estaban pagados.

No puedo describir la emoción que sentí al ver a Willie Randolph siendo honrado como se merece, con el retiro de su uniforme.  También le hicieron la misma distinción a Mel Stottlemyre, acto que fue sorpresivo, pues no estaba en el programa.  El juego de los veteranos (Old Timer’s game) fue muy divertido y hoy puedo decir que ví, personalmente, lanzar a «Louisianna Lightning» Ron Guidry y jugar a Ricky Henderson, Lou Pinniela, Willie Randolph, Jim Leiritz, Wade Bogss, Johnny Damon, Paul O’Neill, Reggie Jackson, Bucky Dent y tantas otras estrellas de mi equipo favorito, juntas, en el nuevo estadio.  Aparte, el partido regular con los Tigres de Detroit lo ganaron contundentemente.  Si no hubiera estado cayendo ese bajareque frío, habría sido mucho mejor, pero igual lo disfrutamos.

El domingo el resto del grupo regresaba a casa, mientras que dos de nosotras permaneceríamos en la ciudad hasta el martes.   Despedimos a los viajeros y nos fuimos de paseo, tomando el Downtown bus para ir al Memorial 9/11 y a Battery Park.  Nos perdimos de regreso al bus, pero encontramos el camino.  El siguiente bus que tomamos, con intención de bajarnos en la 14, aparte de andar super lento y con un guía medio antipático, no hizo esa parada, explicando que los domingos no hacían ciertas paradas porque las áreas estaban solitarias y preferían preservar la seguridad de los turistas.  Me pareció justo, así que seguimos y bajamos en el Waldorf Astoria para dirigirnos al hotel.  Estábamos cansadas, asoleadas y sudando a mares y habíamos caminado 3.6 millas (5.79 kms.).  Luego bajamos a cenar a Havana Central, que era lo mas cercano y la comida estuvo deliciosa, aunque las porciones son tan generosas que es difícil comerse todo.  Nos acostamos temprano, por el cansancio y porque al día siguiente nos volveríamos a ver con mi primo y sabíamos que la caminata sería larga.

El lunes, último día de estadía en la ciudad que nunca duerme, fue caminar en grande!!  En total caminamos 7.25 millas (12.25 kms.) Desayunamos antes de encontramos con mi primo en la 42 y la 8a y de allí nos fuimos caminando hasta la 11a Ave. para bajar hacia la calle 34 y entrar desde allí al High Line Park, el cual caminamos completo para bajarnos en Gansevoort St. en el Meatpacking district.  De allí caminamos 6 cuadras, de vuelta a Chelsea Market donde tomamos un refresco y nos sentamos a descansar un rato.  Desde allí, nos dirigimos, por la 16 hasta la 7a. ave. y la subimos, pasando por las oficinas de Google, el Fashion Institute of Technology (FIT), el monumento a la moda que es un botón y una aguja gigantesca hasta llegar a Macy’s en la 34.  Allí estuvimos un rato, mientras no encontraban el paquete que mi amiga no había podido retirar el día que lo compró porque se les había caído el sistema de caja (sí, allá también sucede, jajaja)  y, al salir nos dirigimos a Bryant Park , donde almorzamos unos deliciosos emparedados de un kiosco al lado de la fuente, con jugo de naranja, a la sombra, mientras observábamos el ambiente veraniego y mi primo nos contaba qué se hacía allí en las distintas estaciones del año.

Se suponía que nos iríamos al hotel desde allí y él se iría a su trabajo, pero nos preguntó si habíamos ido a Grand Central Station y ante nuestra negativa dijo ¡vamos!  Caminamos por la 42, cruzando la 5ta y Madison Ave. y allí entramos a la estación.  Es impresionante, por el tamaño, la arquitectura y el lujo de la misma.  Hermoso edificio que se conserva bellamente y en uso.  Saliendo de la estación, nos explicaba sobre el lugar donde trabajaba y, obvio, terminó llevándonos hasta Long Island City, Queens, un desarrollo de lujo en un área que, antiguamente, era industrial y estaba abandonada.  El alquiler de un estudio es de $3,000 mensuales, que parece ser el promedio por toda la ciudad, según nos informaban los guías en nuestros distintos tours.   Aquí sí que el día con mi primo llegó a su fin, pues él tenía que entrar a trabajar.  Mi amiga y yo perdimos el rumbo por andar conversando, pero como no era difícil orientarse, llegamos a la estación y  volvimos a Manhattan sin mayores contratiempos a prepararnos para nuestro viaje al día siguiente, despidiéndonos de esta manera de la capital del mundo…pero no por mucho tiempo!

El Caribe en invierno.

Contrario a lo que puede pensarse, el Caribe no está exento de bajas en la temperatura o lluvias durante el invierno.  Obviamente, siempre estará más cálido que cualquier lugar más al norte.    Sin embargo, precisamente debido a las corrientes y vientos que bajan del Artico en este época, se pueden experimentar frentes fríos que provocan lluvias y temperaturas, hasta por debajo de los 20 grados Centígrados.

Esto ocurrió durante mi estadía, y en el paseo por el Viejo San Juan, en un par de ocasiones, me tocó correr a buscar cobijo de la banda de lluvia fina y fría que llegaba de repente…pero el mal ya estaba hecho.  Dos días después, sucumbí a una crisis alérgica que me provocó una fuerte congestión y severo dolor de garganta.  Fui a la farmacia más cercana a comprar un remedio y, al día siguiente me sentía bastante mejor, aunque aún estaba algo congestionada, pero no tenía dolor.

Parque Ventana del Mar y la playa aledaña.

Pasé esa mañana paseando por Condado, pasando revista de algunos daños aún por reparar después del huracán María, cosas muy menores, y tomé algunas fotos de los parques y el hermoso día, fresco y soleado.  Luego de mediodía, mis amigos me pasaron a buscar para ir a conocer una playa, llamada Mar Chiquita, en el pueblo de Manatí, en el norte de la isla.  Por el camino, pude notar algunos vestigios del paso de María, sobre todo en árboles caídos en los campos aledaños a la carretera y, también, en edificaciones de algunas áreas.  Imagino que sus ocupantes decidieron emigrar, pues se veían letreros de venta.

Nos tomó poco más de una hora llegar a Mar Chiquita desde San Juan.  No sé por qué, pero los tiempos de camino son largos, comparativamente a las distancias en Puerto Rico.  Desde mi primera visita no he logrado entender por qué toma tanto tiempo llegar a cualquier parte, pero les puedo decir, sin temor a equivocarme, que siempre, siempre, ese viaje valdrá la pena.  Así fue con Mar Chiquita, ir bajando la loma y ver aparecer el mar, fue un momento mágico, y eso que aún no llegábamos.  Un giro a la derecha y de allí, estacionarnos, bajar del auto y caminar por la arena hacia esta playa que está rodeada de una formaciones rocosas enormes que dejan un espacio en el centro, por donde el Atlántico  se abre paso con cada ola.  Es un espectáculo de la naturaleza digno de cualquier tiempo de traslado que haga falta.  Caminamos un poco por el área, tomamos fotos y vídeos, pero la mayor parte del tiempo, simplemente disfrutamos de la brisa, algo fuerte y bastante fresca que contrarrestaba el fuerte sol, contemplamos el movimiento del mar  y cómo ingresaba a ese espacio donde al esparcirse creaba un oleaje tranquilo que permitía a los bañistas disfrutarlo sin mucha preocupación.  Fue un rato hermoso y relajante, realmente lo que la mayoría de la gente imagina cuando se menciona la palabra Caribe.

Mar Chiquita en Manatí, Puerto Rico.

 

Cómo sólo fuimos en son de exploración, y mis amigos no habían almorzado, nos dirigimos a Arecibo, para ir a comer.  Paramos en un sitio frente al mar, un restaurante en el que entrabas a un salón con aire acondicionado, pero elegimos sentarnos en la terraza que daba al mar, protegida del sol pero que permitía la entrada de la suave brisa, una delicia de lugar.  La cocina era de influencia española, pero con productos frescos del área.  La buena comida, el magnífico servicio y el buen ambiente para relajarse y disfrutar de una tarde hermosa, hizo del lugar un sitio memorable.

Y este es el último momento digno de recordar de esta visita, pues tanta brisa fresca del norte hizo efecto y el día y medio siguientes, que incluía el de mi regreso, estuve recluida en mi hotel, saliendo sólo para buscar sopa en el restaurante chino de la cuadra o agua y remedios en la farmacia.  No hay pena ni remordimiento, pues lo que disfruté estuvo muy por encima de mis expectativas, formando parte de mis mejores recuerdos en la isla y convirtiéndose en material para un buen relato, que espero les haya gustado.  Ahora estoy de vuelta en casa, tratando de aliviarme totalmente para volver al trabajo…y continuar planeando el viaje que sigue.

¡Hasta la próxima!

Fin de semana en Medellín.

Luego del paréntesis de mis recientes vacaciones, continúo con el recuento de mis viajes, en orden cronológico, por lo que regresamos al año 2014 para contarles de mi viaje inesperado a la ciudad de la eterna primavera.

Aunque no tenía planeado otro viaje ese año, surgió la oportunidad de pasar un fin de semana, muy divertido, en Medellín, Colombia.  Uno de mis clientes de auditoría decidió llevar a todo el personal, en celebración del aniversario de la empresa y tuvieron la delicadeza de invitarme.  Por supuesto, no podía perderme ese viaje, así que empaqué y me tomé un par de días libres para acompañarlos.

El viaje, desde la ciudad de Panamá, es de una hora, aproximadamente.  Llegamos viernes en la noche y fuimos directo a un sitio de parrilladas a cenar, antes de llegar al hotel a acomodarnos.  Eramos cincuenta personas, así que el proceso, tanto de la comida como del reparto de habitaciones, tomó algo de tiempo.  Al día siguiente debíamos salir temprano, así que me fui a dormir tan pronto subimos.

Como la empresa es una productora televisiva, el viaje incluía filmar en locaciones, por lo que los sitios elegidos fueron un parque acuático situado a dos horas de la ciudad una día y la bellísima área de Guatapé, también fuera de la ciudad, el otro.  Del parque acuático no hay mucho que contar, todos sabemos como son, en cambio Guatapé es otra historia.

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Guatapé es una región con un lago, producto de la construcción de una represa para la producción de energía eléctrica.  Hay una réplica del pueblo que quedó bajo las aguas y del cual sólo se ve la cruz que coronaba la iglesia del lugar.  El lago está salpicado de islas e isletas con casas, marinas y hoteles y el paisaje, desde lo alto del cerro denominado El Peñol, es espectacular.  No sé a cuántos metros sobre el nivel del lago está El Peñol, pero es muy, muy alto.  Además tiene una roca a cuya cima se sube por más de setecientos escalones, desde donde el mundo se ve muy, muy pequeño.

 

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Al bajar del Peñol, fuimos a almorzar frente al lago.  Debo hacer un aparte aquí para decir que la comida en Medellín es, absolutamente, deliciosa.  No importa donde vayan a comer, siempre saldrán satisfechos con el sabor y abrumados por el tamaño de las porciones.  La bandeja paisa es un plato que, en mi concepto, alimenta con facilidad a dos personas, pero se sirve para una y sus sabores son increíbles, al igual que todo lo que probamos.

Después de disfrutar de un riquísimo almuerzo, nos fuimos de crucero por el lago.  Usan unas bachas de dos o tres pisos, con música, bebidas y, creo que hasta algo de comidas, para dar un paseo por el lago que, dicho sea de paso, tiene mucha actividad.  En nuestro paseo vimos gente pescando, veleando, esquiando, paseando en jet ski, haciendo canotaje, en fin, todas las actividades que se pueden desarrollar en un cuerpo de agua de ese tipo.

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También visitamos el Pueblito Paisa, localizado en la cumbre del cerro Nutibarra, que es una réplica de un pueblo tradicional de Antioquía, departamento del cual Medellín es la capital.  Allí puede ver la configuración de los tradicionales pueblos antioqueños con su fuente de piedra al centro, rodeada de la iglesia y casa rural, el cabildo y, hasta una escuelita.  Hay sitios donde degustar la maravillosa comida antioqueña, hay tienditas de recuerdos y las más hermosas vistas de la ciudad.

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No tuvimos mucho tiempo de ver la propia ciudad de Medellín, por estar en locaciones, pero unas cuántas de nosotras, nos fuimos a dar la vuelta en el metro y el metrocable.  Este teleférico, que se ha constituido en símbolo de la nueva Medellín, la que ha dejado atrás la peligrosidad de los tiempo del cártel de la droga.  Siendo una ciudad construida en terreno montañoso, el metrocable sube a las cimas de los cerros, densamente poblados, con conexiones en distintas estaciones del sistema del metro, en una suerte de transporte Multi-modal que ha facilitado la vida a los residentes de las áreas alejadas del centro.  Es muy limpio, eficiente y seguro, un transporte digno para miles de ciudadanos de Medellín que, día a día, salen a trabajar por sus familias y comunidades.

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¿Qué más queda decir de este viaje?  Que me encantó la gente de Medellín, personas muy trabajadoras, amables y cariñosas que nos dejaron con ganas de volver, tanto como su buen clima, deliciosas comidas y hermosos paisajes.

¡Estoy de vacaciones!

Interrumpo esta cronología de relatos porque, en estos momentos, me encuentro disfrutando de las vacaciones que tenía proyectadas para la primavera y que, por diversos motivos, no pude tomar.  Como compensación, decidí aprovechar la hospitalidad de mi primo –y el ahorro que no estar en un hotel produce– y prolongar estas vacaciones a 4 semanas en lugar de dos, que es lo máximo que he estado fuera de casa.

Aunque el clima no ha estado óptimo, siempre se puede aprovechar un día de lluvia para ir a museos…o de compras!   En este viaje visité, por primera vez, la sede principal del Museo Metropolitano de Arte, aunque anteriormente visité The Cloisters (Los Claustros), sede dedicada al arte religioso. También pasé un fin de semana en Filadelfia, visitando a una querida amiga.  Planeaba visitar Washington, pero con el clima tan caprichoso, decidí dejarlo para el verano.

Mi primo vive en el centro de Harlem, muy cerca del corazón del vecindario, la calle 125.  En esta calle, especialmente entre las avenidas Lennox y Broadway, está el centro del comercio y entretenimiento del área, con tiendas  tanto de grandes cadenas como de emprendedores locales, restaurantes que ofrecen comidas de varias partes del mundo, algunos de afamados chefs, y el legendario e histórico Apollo Theatre.  El Teatro Apollo es, casi, una fábrica de estrellas, pues a través de sus noches de aficionados, cada miércoles, han sido descubiertos y lanzados a la fama una pléyade de artistas.  Fui hace una semana y es un espectáculo super divertido, con una audiencia formada tanto por locales como por visitantes de todas partes del mundo, lo recomiendo.

Harlem, como muchos otros vecindarios de Nueva York, está en un proceso de transformación, otro, pues la primera fue por los años ’20 del siglo pasado, conocido como el Harlem Renaissance que lo convirtió en el centro del mundo cultural y social afroamericano. En los ’50 llegaron los puertorriqueños al lado este, en lo que se dio en llamar El Barrio, nombre que aún conserva, aunque ya muchos puertorriqueños se han ido, pero han llegado latinos de otros países.  Hoy los afroamericanos y latinos comparten este pintoresco, y muy bien urbanizado barrio, con blancos, judíos, musulmanes,  africanos de distintos países, y toda una variedad de etnias, religiones y nacionalidades que hacen aún más rica su oferta cultural.

Otra cosa que llama la atención en Harlem es su hermosa aquitectura, aún los edificios que no han sido remozados conservan su belleza.  Las calles son amplias y algunas tienen muchos árboles y edificaciones con balcones, algo poco común en la arquitectura tradicional neoyorquina.  También hay una inusual cantidad de iglesias, de diversas denominaciones, destacándose la Abyssinian Baptist Church con casi un siglo de existencia y designada patrimonio histórico de la ciudad.

Movilizarme desde Harlem hacia el centro de Manhattan es fácil y rápido, pues las líneas 2 (proveniente del Bronx) y la 3 (que parte de la calle 147 en el propio Harlem) recorren desde la estación de la 135 en Lennox (que es la que me queda más cerca) en viaje expreso hasta Brooklyn.   Estos trenes sólo se detienen en estaciones específicas como las de las calles 125, 116, 110 (desde donde se desplaza de Lenox hacia la Séptima por debajo de Central Park), 96, 72, 42, 34, 14 y algunas más del bajo Manhattan, hasta Brooklyn en cuestión de, aproximadamente, 40 minutos de recorrido total.  Normalmente, estoy a 20 minutos o menos de los destinos a los que me dirijo, incluyendo el Yankee Stadium y la terminal de autobuses interurbanos (Port Authority Terminal) para mis traslados fuera de la ciudad.

Como saben, acostumbro quedarme en hoteles al viajar, por lo que esta es una experiencia diferente y nueva para mí, por ejemplo, anteayer fui al supermercado y ayer lavé ropa, jajaja. Pero la verdad es que la estoy pasando super bien, disfrutando esta ciudad que tanto me gusta en un vecindario tradicional, desde la perspectiva de un residente, sin apuros para ir a uno u otro lugar, tal como me gusta.  Después les sigo contando, estén pendientes.